La subjetividad del marcador de punta
(Alessandro Baricco en Página 12)
Cuando
empecé a jugar con la pelota eran los años sesenta. Era el único que no
tenía botines de fútbol (no éramos pobres, pero éramos católicos de
izquierda), por lo que jugaba con las botas de montaña: por eso, y según
una lógica imperiosa, los mayores decidieron que tenía que jugar en la
defensa. En esa época tenía yo la idea de que la vida era un deber que
tenía que cumplirse, no una fiesta, y por eso durante años me ceñí a esa
indicación categórica, creciendo con la mentalidad de un defensor y
ascendiendo en las categorías futbolísticas con el número 3 en la
espalda. Era un número carente de poesía, si bien aludía a una
disciplina enérgica e imperturbable. Se correspondía más o menos con la
idea, imperfecta, que me había hecho de mí mismo.